jueves, 3 de junio de 2010

Escaleras

El juego que dan las escaleras de mi casa...

Un piso más arriba del mío vivía hasta hace unos meses el que durante más de dos años ha sido mi amante a escondidas. Subir y bajar escaleras se convirtió, además de en un ejercio de lo más saludable, en el preludio de ratos y horas maravillosas.

Un frío día de enero mi querido amante se marchó a un viaje de trabajo prometiendo vover como siempre. Pero nunca volvió. Nunca escribió. Nunca más llamó.

(Nota aclaratoria: sí volvió, de visita relámpago para recoger sus cosas, pero no me avisó, motivo por el cual, al enterarme de ello, decidí yo tampoco dar señales de vida)

Y en su casa se instaló parte de su familia... Qué guasa.

Y hoy coincido con su hermana subiendo por la escalera. Muy maja ella (sin sarcasmos, de verdad) y eso que me cuesta un triunfo saber que parte de él está ahí arriba, donde teníamos nuestro nido de (¿en algún momento amor?) pasión, y tener que poner cara de no saber ni quién era el vecino de arriba.

Y cinco minutos después de nuestro hasta luego sonrisa en boca, suena el timbre de mi puerta. La hermanísima, con mi reloj de pulsera en su mano. Qué oportuno el relojito para caerse y yo qué inutil por no enterarme de que voy perdiendo mis pertenencias por la escalera.

Ay! lo que me cuesta poner buena cara y no gritarle dile a tu hermano que tengo ganas de abofetearle, que llevo meses sin levantar cabeza y que no entiendo nada.

Sonrío y le doy las gracias. Segundo hasta luego.

Si ellos no se van, empiezo a plantearme irme yo porque ya no soporto la posibilidad de que aparezca ni de visita en la ciudad, porque no quiero tener noticias de qué ha sido de él aunque me muera de ganas de saberlo, porque si le veo me voy a derretir, me voy a hundir, podría hasta recaer y no quiero, o mejor dicho, no debo. Porque no soporto ni subir por la escalera a la que nos agarrábamos juntos subiendo y bajando. Porque este secreto que casi no sabe nadie me está matando, me está quemando, me está consumiendo. Porque me voy, me escapo cada vez que puedo y, cuando creo que puedo olvidarlo, regreso y veo que no es cierto.

No creo que me merezca que no me diga ni adiós; pero así lo ha hecho. Le intento odiar pero ni eso puedo. No me puedo creer que después de más de dos años no sea capaz de decirme ni un hasta luego, no me lo creo, no me lo creo, no me lo creo...

Supongo que sólo queda esperar y que el tiempo vaya borrando poco a poco todos mis recuerdos.

Y encima estoy a dieta. Viva el verano, el bikini y la tiranía de los cuerpos perfectos.
Me espera mi cena-manzana y mi novio al teléfono.

No hay comentarios:

Publicar un comentario